viernes, 31 de diciembre de 2010

Pinturas.Perspectiva e ilusión








Dario Gomez nació el 14 de junio de 1970,(Las Piedras,Uruguay),a veinte kms de Montevideo,ciudad satélite y vinculada a la capital,con una perdida progresiva de indentidad debido a esa situación.

En su familia su tío y su hermano mayor siempre estaban con el tema del dibujo y creo que eso fue cultivando cierta curiosidad con el tema y ampliando su sensibilidad. Con la entrada a la enseñanza media ya se manifiesta su interés decidido por" Las Artes ",y teniendo 16 años entro al taller de Dumas Oroño, prestigioso pintor y docente vinculado al taller Torres García y a partir de ahí no abandono más y se vuelve un interés permanente.

Su formación formal continúa en la Escuela de Bellas Artes, en una época muy fermental post-dictadura, que también le aporta mucho.
Su pasión por el arte se fue gestando de a poco y con la complicidad de amigos que estaban en la misma. Su formacion se enriquecio y fue tomando forma con el intercambio entre otros artistas amigos que me van afirmando sus intuiciones y a medida que fue conociendo su obra fue un intercambio de ideas". Por ejemplo, Gerardo Hernández, Daniel Rosas de Las Piedras y muy especialmente Walter Aiello pintor de Montevideo que tuve la suerte de conocer en el año 92 y desde ahí nos une una fuerte amistad e intereses comunes. Por eso mi estilo a ido mutando con el paso del tiempo hasta llegar a esta etapa de madurez en la que creo que estoy ahora. Comencé muy influido por Dumas y su impronta constructiva, eso me llevó al descubrimiento del cubismo que fue, sin dudas mi primer cimbronazo teórico (Picasso, Braque, etc) pero yendo más atrás en la historia del arte me encuentro con Cezanne que reafirma aún más mis primeras intuiciones, a medida que pasa el tiempo me voy dando cuenta que mi sensibilidad me va llevando por otros caminos y me alejo un poco de las teorías para acercarme de a poco al expresionismo, fundamentalmente a través de Van Gogh, los alemanes, Kokoshca y Egon Schiele y mi obra toma otro carácter, donde el color toma el protagonismo y la figura humana cobra otra dimensión, digamos que la intención mía pesa más que los intereses formales. En paralelo comienzo mi relación con Walter que no hace más que reafirmar todo esto, pero dentro de una búsqueda de equilibrio entre las dos posturas.
Entiendo que tengo que mejorar mi dibujo y comienzo otra etapa donde prescindo del color para dibujar en exclusividad con carbonilla, buscando solidez estructural. A partir de ahí asumo mi otra etapa importante de influencias que tiene que ver con los pintores figurativos de la segunda post-guerra mundial (Bacon, Giacometti ,Gorky, Matta) y los norteamericanos del expresionismo abstracto (Pollock, de Kooning) que cierran el círculo y de alguna manera explican mi obra actual y me dan la herramientas para desarrollar y sacar mi mundo interior. Objetivo fundamental de todo esto, poder mostrar un aspecto de mí, que me di cuenta con el tiempo y la reflexión, solo aparecen en mi obra. Apunto a una gran libertad técnica y formal, donde el azar aparece y va creando durante el proceso los caminos por los cuales luego voy a transitar, tratando de inmiscuirme de alguna forma en ese evento que se va dando sobre el lienzo en blanco. "Por eso casi nunca hago bocetos previos, sino que me tiro como quien se tira en el mar, buceando por donde me va proponiendo el proceso creativo." Allí lo consciente y lo inconsciente luchan y dialogan a la vez, dejando aflorar cosas muy profundas de mí y dándole frescura y vitalidad al resultado final,es una cuestión dialéctica entre lo interno y lo que voy viendo,eso me lleva a que la dinámica de trabajo sea muy veloz en algunos momentos y en otros solo reflexión, trabajo en varios soportes a la vez, por si se me tranca en alguno, siempre aparece algo en otro para seguir. La música siempre ha sido compañía e influencia, al igual que el cine, por ejemplo, todas las manifestaciones artísticas me interesan y se ha vuelto una filosofía de vida ver todo desde una perspectiva artística. Con respecto a la política cultural, creo que hoy ante el avance de los medios audiovisuales y la conceptualidad se me ha hecho medio dificultoso la inserción en el medio artístico, aunque de a poco voy logrando un reconocimiento de mi obra de formato chico como de mi obra muralística.








sábado, 18 de diciembre de 2010

Filandón 3.0



Participe con el micro relato: LATIDOS(pincha en Flandón 3.0 para leer el micro.)

Escribir un relato resumido en 150 palabras,busque y leí los que tenía todos superaban los 320 .Parecía facilicimo por que soy una escribiente de la narrativa breve ahora debía resumir aún más .Asi que me senté a escribir ,pero cuando llego el momento de contar palabras ,me había pasado del limite ,dice para mi misma¿qué hago?¡todo es imporatante!,entonces empecé a suprimir oraciones, palabra ,fraces.Y quedo de maravilla .A las 18:00 hs Buenos Aires ya estaba preparada para enviarlo...

¿Qué es el Filandón?
El filandón es una actividad nocturna y muy antigua. Quizás tanto como las montañas cantábricas o como las pequeñas aldeas que las salpican, o incluso como el maldito frío que se mete por las callejas y por los rincones de las casas cuando nieva. Era precisamente allí dentro de aquellas casas, casi siempre al fondo, y en una cocina pequeña y oscura, donde se reunían cada noche los vecinos. Aquello era una pequeña fiesta diaria de la luz y el calor humano. Las caras bailaban al ritmo del fuego que ardía en el llar, alguna vieja rezaba el rosario y la mayoría filaba en los escaños. Hacían el Filandón. Muchos lo conocéis y, si alguna vez estuvisteis, veríais todo eso, seguro. Y también oiríais muchas cosas. Las leyendas, el porqué de que al Alto de Otiermamiella se le llame el Alto de Otiermamiella y no de ninguna otra forma, o lo que le pasó al Ti Cambón cuando fue a León a mercar patacas.


Y también todo aquello pasó, o casi. Y vinieron los escritores, y los cuentacuentos, y empezaron a llevarlo a la Universidad, a los bares y a las Casas de Cultura. Y la gente volvió porque a la gente le gusta escuchar historias. De aquellas y de estas. De todas. Algunos fueron a Madrid y otros a Medellín y otros llegaron hasta Truchillas. Hubo libros. Y eso también lo conocéis.

martes, 14 de diciembre de 2010

Relato.El día que Miguel nos visitó.


Fulana es el nombre que pensé ponerte a este personaje, bien podría llamarse :Dora, Renata, Rosa, Denis, que va no importa, lo que importa es lo que les voy a contar a continuación.
Esto sucedió, o pudo haber sucedido hace un mes, un año, dos años. Tampoco importa. Los hechos de esta trama ocurrieron en un pequeño barrio de una enorme cuidad, ¿Cuál cuidad?, mi amigo lector Ud. se preguntará, pues ¡no interesa!





El masculino de esta historia se lo nombrará como :Oscar, también pensé en apodarlo, Jorge, Ramón, Juan ;¡tampoco importa!

La fulana, dejó el último año de la carrera de arquitectura cuando se enteró que estaba esperando un hijo.
Durante el matrimonio su esposo Oscar le dio cuatro hijos más .Ella se dedico a criar hijos y a cuidar su amado esposo, fanática de la prolijidad, la puntualidad, estricta represaría con sus hijos quien los tenía zumbando bajo sus ordenes.

Oscar en cambio era un buen tipo, trabajador, sumiso, aceptaba que ella fuera quien maneja la casa. A él le gustaba juntarse con sus amigotes a tomar unas copas en club de bochas, o ir de pesca, o jugar un partidito de fútbol de manera amistosa.
Esta era una familia perfecta, pero como lo perfecto no existe, quizás en esta historia, y lo bueno dura poco. ..
Esta relación comenzó a dividirse y a deformarse. Lo que por tantos años se considero un matrimonio estable dejó de serlo. Cuando los niños se hicieron grandes y se mudaron para ir a la universidad. La Fulana se canso de criar hijos y sin darse cuenta, había pasado más de veinte años teniendo la casita perfecta .Ella añoraba disfrutar de su casa, más de la vida y su matrimonio .Cuando su último hijo viajará para estudiar. Ella decía: “Ahí me tomare un descanso y respirare hondo”. Pero nada de lo que ella soñaba sucedió...
El caso es que la Fulana empezó a organizar de su tiempo, así que siguiendo los buenos consejos de una amiga se anoto los días miércoles en un curso de crochet, y aprendió a tejer cosa que jamás hubiese imaginado. Por que de niña, en la escuela de hermanas en la que asistía aprendió las variantes, pero siendo grande nunca más volvió agarrar una aguja, ya que su madre tejía de una manera envidiable y todo lo que ella le pedía se lo tejía. Sus clases duraban dos horas semanales, estaba entusiasmada, ese invierno tejió chalecos, bufandas tricolores, gorros para las amigas de sus hijas y hasta soquetes para su friolenta amiga Margarita.
Oscar estaba contento con que ella empezara a socializar más con la gente y saliera de ese encierro en el que siempre había estado ,dedicada enteramente a la familia.
Ahora había tiempo para ir a la peluquería y experimentar un nuevo corte de pelo. Invitar amigas a tomar el té a las cinco de la tarde. Margarita le sugirió que se inscribiera en pintura rusa, ya que las dos clases pasadas en realidad no se las había perdido, por que la profesora había faltado por falta de vehículo.
Así que la Fulana los martes tenia ocupado, también se animo a cursar cestería para aprender la técnica. En cuestión de poco tiempo ella se la pasaba ocupadisíma con sus labores .Y Oscar aprovechaba los feriados para hacer lo que más le gustaba .Lo que más le gustaba era mirar el partido de Boca -River en el sillón del living con sus amigos mientras tomaban cerveza negra, y la famosa picadita .
Y ahí les cuento lo que ustedes realmente querían saber...

Un día de partido y competencia de bochas, Oscar se fue al club, la Fulana sabia. Lo que no sabia es que vendría de visita un primo del norte a visitarlo así que Margarita que justamente estaba con ella cuando Miguel toco el timbre, se quedó con él y su esposa ,y la Fulana salió en el auto a buscarlo, ella lo llamo al teléfono celular pero resulto ser que él lo había dejado cargando la batería en la cocina.
Al llegar al club pregunto por el hombre, uno de los jugadores le dijo, que estaba en la otra sala, ella se dirigió hasta allí. Lo busco en el baño y su marido se encontraba con los pantalones bajos hasta los pies, en una posición sospechosa con Carlos, su compadre.

Obras de arte.Sergio Santini /Artista Plástico (Arg.)

domingo, 5 de diciembre de 2010


Los mejores escritores en este caso (17) fueron seleccionados para la publicación de el E-book .Tuve la suerte de compartir un ranking de votación entre las mejores narraciones inclusive con Rodolfo Fogwill.

Pintura .William Adolphe Bouguereau

La niña defendiéndose del amor...
William Adolphe Bouguereau (1825-1905),fue un pintor académico francés

viernes, 3 de diciembre de 2010

Audio :Maloka loka mistika

Programa de Radio
La maloka loka -
FM Espacio-91.7 .
Jueves 2/12/2010
Lectura /poesía: Ojos de lentejuelas









Maloka mistika conducido por Juan Pomponio, va los días jueves de 20 :30 a 22:30 hs.Es un espacio cultural:Pensamientos ,reflexiones y leyendas.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Café Monserrat


En esta foto capture el momento de la entregada de diplomas en el Café Monserrat ,8 abril 2008 en Buenos Aires,publique por primera vez "Destinos cruzados"en una Antología de escritores latinoamericanos.

viernes, 26 de noviembre de 2010

jueves, 18 de noviembre de 2010

Amar así como te amo...


Amar es un sentimiento y enamorase es un estado.
Con un cerrar de ojos, la vida se vuelve eterna... pero cuando los abrimos nos damos cuenta ¿Qué puede el amor forzarnos a crear chifladuras?, Postergar sueños futuros por el otro, con ansias de ver al ser amado feliz. A veces intentamos a toda costa paralizar la vida del otro a cambio de la libertad, el corazón es tonto a veces no entiende de razones se vuelve fútil y confunde lo lógico con lo irreal...
Llore muchas veces hasta sentir que me secaba por dentro .
Es que siento que quiero tenerte conmigo olvidándome del resto. Siento que cuando te marchas de mi lado, la vida se me cae a pedazos, no tengo guía. Mi vida es un alma triste y vacía. En la noche vago en las tinieblas tratando de encontrar algo para rescatarme. Mis pisadas solo son vestigios en el aire pero es un suelo inestable.


Estoy encantada desde que acertaste con mi vida. Solo no te marches, me siento desguarnecida y no encuentro la vuela de entender el significado de la supervivencia. Pero tu, solo te vuelves frívolo yo no debería amarte... tu amor siempre es fingido y yo soy una pobre idiota que te ama.

¿Quede pensando si esta mañana intentabas decirme algo? , ¿Dónde te fuiste ternura? te busque por todos lados, anoche creí en tus palabras...

Y después con el tiempo vendrá otro amor que robara mis besos como puñados de cerezas, y me hechizara con sus vocablos .Y desnudará mi cuerpo y yo me comportare dócil y suave, y con el amor me sentiré salvaje.


Obra de Arte :Roxana Rignola

martes, 9 de noviembre de 2010

Arte naïf .Sandra Mónica Zinola Márquez

Prevalecen la sencillez, ingenuidad, y espontaneidad, la autora a menudo hace que objetos de la vida cotidiana recobren vida transformándolos en arte. La creadora se basa en sus costumbres, su religión con materiales simples y colores brillantes, con un lenguaje de expresividad sereno y despreocupado. Aplicando detalles minuciosos que hacen que cada obra sea notable la naturalidad y belleza. Sus pasiones son los animales y el mar .Nació en Montevideo, Uruguay el 4 de mayo de1967.




Titulo de la obra:Reflejo de mi alma.


P.-Sandra Ávila ¿Como iniciaste en el arte de pintar?
R.- Tenía 8 años cuando me encerré en mi dormitorio y dibuje el rostro de un hombre fui a donde estaban mis padres y mi madre casi se desmaya cuando lo vio” era Jesús “, ¿Te imaginas ?que con mi corta edad no tenia ni idea quien era Jesús.



P.-Sandra Ávila ¿Óleo o acrílico?
R.- acrílico y otra mezclas también me gusta usar pintura de piso con sintético.


P.-Sandra Ávila ¿A que artista admiras?
R.- Todos tienen algo.




Titulo de la obra:Desde mi balcón.

P.-Sandra Ávila ¿En que se basa tu fe espiritual?
R.- Creo en Dios por sobre todas las cosas, soy católica.


P.-Sandra Ávila ¿Como definís tu estilo?
R.- Mi estilo es plasmar lo que siento en el alma en ese momento


P.-Sandra Ávila ¿Qué significado tiene en cada una de tus obras?
R.- Son reflejos de mi alma.



Titulo de la obra:Vida después de la muerte.



P.-Sandra Ávila ¿Venís de una familia de artista?
R.- No

P.-Sandra Ávila ¿Que música escuchabas en casa?
R.- Variada según mi estado de ánimo .


P.-Sandra Ávila ¿Cuál es la finalidad de tus obras, mas allá de transmitir arte?
R.- Me encanta sentir placer y paz cuando las veo.


P.-Sandra Ávila ¿A que jugabas cuando eras niño?
R.- me gustaba jugar con los animales y siempre estaba dibujando.


P.-Sandra Ávila ¿En que te inspiras cada vez que creas una nueva obra?
R.- En lo que siento en ese momento.


Título de la obra:Despertar en el campo.



P.-Sandra Ávila ¿Que música escuchabas en casa?
R.- Variada según mi estado de ánimo .

P.-Sandra Ávila ¿Quienes han sido tus maestros?
R.- Soy autodidacta, amo pintar .

P.-Sandra Ávila ¿Si pudieras regresar a la vida a un artista quien elegirías?
R.- Son muchos en realidad pero si tengo que elegir sería a Frida Kahlo .

sábado, 6 de noviembre de 2010

Arte abstracto.

Foto de la Muestra en la TV Pública Canal 7 .13/11/2010 .
La artista Roxana Rignola esta programando una nueva muestra en Brasilia .



Roxana Rignola nació el 27 de enero de 1965 en Buenos Aires.Es acuariana,ama la música ,trabaja con óleos es una apasionada del Arte ,fanática de Magdalena Carmen Calderón conocida como Frida kahlo.

Esta joven artista usa en la mayoría de sus obras el estilo pictórico francés.Cuyos colores son antinaturales con pinceladas rabiosas,con paletas brillantes.

Con fuerza expresiva pintando por ejemplo:árboles amarillos en lugar de marrón ,y verdes reemplazando los tonos naturales.

jueves, 28 de octubre de 2010

Hallowen-Lovecaft-El árbol





En una verde ladera del monte Menalo, en Arcadia, se halla un olivar en torno a las ruinas de una villa. Al lado se encuentra una tumba, antaño embellecida con las más sublimes esculturas, pero sumida ahora en la misma decadencia que la casa. A un extremo de la tumba, con sus peculiares raíces desplazando los bloques de mármol del Pentélico, mancillados por el tiempo, crece un olivo antinaturalmente grande y de figura curiosamente repulsiva; tanto se asemeja a la figura de un hombre deforme, o a un cadáver contorsionado por la muerte, que los lugareños temen pasar cerca en las noches en que la luna brilla débilmente a través de sus ramas retorcidas. El monte Menalo es uno de los parajes predilectos del temible Pan, el de la multitud de extraños compañeros, y los sencillos pastores creen que el árbol debe tener alguna espantosa relación con esos salvajes silenos; pero un anciano abejero que vive en una cabaña de las cercanías me contó una historia diferente.

Hace muchos años, cuando la villa de la cuesta era nueva y resplandeciente, vivían en ella los escultores Calos y Musides. La belleza de su obra era alabada de Lidia a Neápolis, y nadie osaba considerar que uno sobrepasaba al otro en habilidad. El Hermes de Calos se alzaba en un marmóreo santuario de Corinto, y la Palas de Musides remataba una columna en Atenas, cerca del Partenón. Todos los hombres rendían homenaje a Calos y Musides, y se asombraban de que ninguna sombra de envidia artística enfriara el calor de su amistad fraternal.

Pero aunque Calos y Musides estaban en perfecta armonía, sus formas de ser no eran iguales. Mientras que Musides gozaba las noches entre los placeres urbanos de Tegea, Calos prefería quedarse en casa; permaneciendo fuera de la vista de sus esclavos al fresco amparo del olivar. Allí meditaba sobre las visiones que colmaban su mente, y allí concebía las formas de belleza que posteriormente inmortalizaría en mármol casi vivo. Los ociosos, por supuesto, comentaban que Calos se comunicaba con los espíritus de la arboleda, y que sus estatuas no eran sino imágenes de los faunos y las dríadas con los que se codeaba... ya que jamás llevaba a cabo sus trabajos partiendo de modelos vivos.

Tan famosos eran Calos y Musides que a nadie le extrañó que el tirano de Siracusa despachara enviados para hablarles acerca de la costosa estatua de Tycho que planeaba erigir en su ciudad. De gran tamaño y factura sin par había de ser la estatua, ya que habría de servir de maravilla a las naciones y convertirse en una meta para los viajeros. Honrado más allá de cualquier pensamiento resultaría aquel cuyo trabajo fuese elegido, y Calos y Musides estaban invitados a competir por tal distinción. Su amor fraterno era de sobra conocido, y el astuto tirano conjeturaba que, en vez de ocultarse sus obras, se prestarían mutua ayuda y consejo; así que tal apoyo produciría dos imágenes de belleza sin par, cuya hermosura eclipsaría incluso los sueños de los poetas.

Los escultores aceptaron complacidos el encargo del tirano, así que en los días siguientes sus esclavos pudieron oír el incesante picoteo de los cinceles. Calos y Musides no se ocultaron sus trabajos, aun cuando se reservaron su visión para ellos dos solos. A excepción de los suyos, ningún ojo pudo contemplar las dos figuras divinas liberadas mediante golpes expertos de los bloques en bruto que las aprisionaban desde los comienzos del mundo.

De noche, al igual que antes, Musides frecuentaba los salones de banquetes de Tegea, mientras Calos rondaba a solas por el olivar. Pero, según pasaba el tiempo, la gente advirtió cierta falta de alegría en el antes radiante Musides. Era extraña, comentaban entre sí, que esa depresión hubiera hecho presa en quien tenía tantas posibilidades de alcanzar los más altos honores artísticos. Muchos meses pasaron, pero en el semblante apagado de Musides no se leía sino una fuerte tensión que debía estar provocada por la situación.

Entonces Musides habló un día sobre la enfermedad de Calos, tras lo cual nadie volvió a asombrarse ante su tristeza, ya que el apego entre ambos escultores era de sobra conocido como profundo y sagrado. Por tanto, muchos acudieron a visitar a Calos, advirtiendo en efecto la palidez de su rostro, aunque había en él una felicidad serena que hacía su mirada más mágica que la de Musides... quien se hallaba claramente absorto en la ansiedad, y que apartaba a los esclavos en su interés por alimentar y cuidar al amigo con sus propias manos. Ocultas tras pesados cortinajes se encontraban las dos figuras inacabadas de Tycho, últimamente apenas tocadas por el convaleciente y su fiel enfermero.

Según desmejoraba inexplicablemente, más y más, a pesar de las atenciones de los perplejos médicos y las de su inquebrantable amigo, Calos pedía con frecuencia que le llevaran a la tan amada arboleda. Allí rogaba que lo dejasen solo, ya que deseaba conversar con seres invisibles. Musides accedía invariablemente a tales deseos, aunque con lágrimas en los ojos al pensar que Calos prestaba más atención a faunos y dríadas que a él. Al cabo, el fin estuvo cerca y Calos hablaba de cosas del más allá. Musides, llorando, le prometió un sepulcro aún más hermoso que la tumba de Mausolo, pero Calos le pidió que no hablara más sobre glorias de mármol. Tan sólo un deseo se albergaba en el pensamiento del moribundo: que unas ramitas de ciertos olivos de la arboleda fueran depositadas enterradas en su sepultura... junto a su cabeza. Y una noche, sentado a solas en la oscuridad del olivar, Calos murió.

Hermoso más allá de cualquier descripción resultaba el sepulcro de mármol que el afligido Musides cinceló para su amigo bienamado. Nadie sino el mismo Calos hubiera podido obrar tales bajorrelieves, en donde se mostraban los esplendores del Eliseo. Tampoco descuidó Musides el enterrar junto a la cabeza de Calos las ramas de olivo de la arboleda.

Cuando los primeros dolores de la pena cedieron ante la resignación, Musides trabajó con diligencia en su figura de Tycho. Todo el honor le pertenecía ahora, ya que el tirano no quería sino su obra o la de Calos. Su esfuerzo dio cauce a sus emociones y trabajaba más duro cada día, privándose de los placeres que una vez degustaría. Mientras tanto, sus tardes transcurrían junto a la tumba de su amigo, donde un olivo joven había brotado cerca de la cabeza del yaciente. Tan rápido fue el crecimiento de este árbol, y tan extraña era su forma, que cuantos lo contemplaban prorrumpían en exclamaciones de sorpresa, y Musides parecía encontrarse a un tiempo fascinado y repelido por él.

A los tres años de la muerte de Calos, Musides envió un mensajero al tirano, y se comentó en el ágora de Tegea que la tremenda estatua estaba concluida. Para entonces, el árbol de la tumba había alcanzado asombrosas proporciones, sobrepasando al resto de los de su clase, y extendiendo una rama singularmente pesada sobre la estancia en la que Musides trabajaba. Mientras, muchos visitantes acudían a contemplar el árbol prodigioso, así como para admirar el arte del escultor, por lo que Musides casi nunca se hallaba a solas. Pero a él no le importaba esa multitud de invitados; antes bien, parecía temer el quedarse a solas ahora que su absorbente trabajo había tocado a su fin. El poco alentador viento de la montaña, suspirando a través del olivar y el árbol de la tumba, evocaba de forma extraña sonidos vagamente articulados.

El cielo estaba oscuro la tarde en que los emisarios del tirano llegaron a Tegea. De sobra era sabido que llegaban para hacerse cargo de la gran imagen de Tycho y para rendir honores imperecederos a Musides, por los que los próxenos les brindaron un recibimiento sumamente caluroso. Al caer la noche se desató una violenta ventolera sobre la cima del Menalo, y los hombres de la lejana Siracusa se alegraron de poder descansar a gusto en la ciudad. Hablaron acerca de su ilustrado tirano, y del esplendor de su ciudad, refocilándose en la gloria de la estatua que Musides había cincelado para él. Y entonces los hombres de Tegea hablaron acerca de la bondad de Musides, y de su hondo penar por su amigo, así como de que ni aun los inminentes laureles del arte podrían consolarlo de la ausencia del Calos, que podría haberlos ceñido en su lugar. También hablaron sobre el árbol que crecía en la tumba, junto a la cabeza de Calos. El viento aullaba aún más horriblemente, y tanto los siracusanos como los arcadios elevaron sus preces a Eolo.

A la luz del día, los próxenos guiaron a los mensajeros del tirano cuesta arriba hasta la casa del escultor, pero el viento nocturno había realizado extrañas hazañas. El griterío de los esclavos se alzaba en una escena de desolación, y en el olivar ya no se levantaban las resplandecientes columnatas de aquel amplio salón donde Musides soñara y trabajara. Solitarios y estremecidos penaban los patios humildes y las tapias, ya que sobre el suntuoso peristilo mayor se había desplomado la pesada rama que sobresalía del extraño árbol nuevo, reduciendo, de una forma curiosamente completa, aquel poema en mármol a un montón de ruinas espantosas. Extranjeros y tegeanos quedaron pasmados, contemplando la catástrofe causada por el grande, el siniestro árbol cuyo aspecto resultaba tan extrañamente humano y cuyas raíces alcanzaban de forma tan peculiar el esculpido sepulcro de Calos. Y su miedo y desmayo aumentó al buscar entre el derruido aposento, ya que del noble Musides y de su imagen de Tycho maravillosamente cincelada no pudo hallarse resto alguno. Entre aquellas formidables ruinas no moraba sino el caos, y los representantes de ambas ciudades se vieron decepcionados; los siracusanos porque no tuvieron estatua que llevar a casa; los tegeanos porque carecían de artista al que conceder los laureles. No obstante, los siracusanos obtuvieron una espléndida estatua en Atenas, y los tegeanos se consolaron erigiendo en el ágora un templo de mármol que conmemoraba los talentos, las virtudes y el amor fraternal de Musides.

Pero el olivar aún está ahí, así como el árbol que nace en la tumba de Calos, y el anciano abejero me contó que a veces las ramas susurran entre sí en las noches ventosas, diciéndose una y otra vez: ¡yo sé! ¡yo sé!

domingo, 24 de octubre de 2010

Los cadáveres

Los cadáveres, es un relato de trama corto basado en la ficción, la historia es contada rápidamente con intrigas desde el comienzo de la misma .Esta cuenta la historia de un joven que muere en un accidente .Una madre quien enfrenta dos perdidas en un lapso de tres meses. Transcurren historias burocráticas y de corrupción donde un grupo organizado lucra con los difuntos. La ficción desarrolla el trayecto de personajes, mientras suceden cosas inexplicables hasta que por fin interviene la justicia.

La fábrica

La fábrica, es una ficción de trama oscura y corta. Donde se suceden los hechos demasiado rápido. Este se halla rodeado de misterio .Cuenta la historia que vive un joven que de alguna manera es abandonado por su propia madre, ya que ella decide mudarse lejos de su país natal ,por asuntos laborales. El protagonista de la trama se muda a vivir con un perfecto desconocido, su padre quien no ve hace tiempo.




El joven empieza a estudiar y trabajar con su padre de manera alternada hasta que casi queda al mando de todo. De manera inesperada vive una situación que acude a resolver drásticamente. Quien intenta pedir ayuda pero no tiene demasiado tiempo y decide hacer desaparecer el cuerpo dentro de la fábrica.

martes, 19 de octubre de 2010

Mi último viaje


Un rebaño de ovejas un poco sucias,algunas cabras. Las calles de arena blanca. Montes naturales. Flores silvestres rojas y violáceas. Un monte desierto y por las dudas no me bajo del auto por que dicen en estos lugares remotos hay pumas, jabalíes y panteras que te consumen...
Luego pase por un pueblo fantasma. En una de las precarias viviendas poseía una siambreta 125 oxidada, botellas vacías y cosas viejas. Los río estaban crecidos por la ultima tormenta lo lejos las ondulaciones escarlatas entremezcladas con el azulado cielo.

Villa del Pozo de Piedra ,es una entrada que halle de una antigua y primitiva quinta en el medio de la nada a unos cuantos kilómetros al sur. Cerca de allí una jauría de perros que nos corrieron al salir de un rancho abandonado.
Capturamos cuantiosos instantes con la cámara fotográfica.

Llegando a La Cruz, allí la fuerte mineral de agua resbalaba entre las piedras con fuerza desde los cerros, a las 14:00 horas el sol calentaba. Los fresnos eran enormes. El aroma era fresco. Mi cabello se volaba con el aire fresco .Al subir el camino de ripio llegamos al monasterio. Nos cruzamos con un micro de turistas .
Atravesamos puentes de hierro .En el horizonte las sierras de los comechigones se esfumaban con el aura. Murallas interminables de piedras dividían los campos y el paisaje estaba cubierta de flores amarillas pero los bosques estaban afligidos, secos y tostados el último incendio había acabado con ellos. Las varillas de los alambrados estaban chamuscados por el fuego. Pájaros verdes volaban cerca. Al descender el sol emprendimos el viaje de regreso. Al salir a la ruta esta estaba iluminada

jueves, 7 de octubre de 2010

Ojos de lentejuelas


Tu armonía grita como el viento
ojos de lentejuelas,
piel transparente

El sonido de tu voz
es el ruido de las tinieblas
Manos lánguida
Tu risa me transporta

Tu alma cruje como,
hojas en otoño
Tus piernas
siempre huelen a perfume

Tu caminar es fuerte
como el mar,
Ardiente como el cosmos

Tu mirada huele a miel
Eres mi religión
Mi emoción
Mi canción


Tu cuerpo pesa tanto
como ,una pluma
Tu gesto me recuerda
a la bella espuma.

Tus latidos son
el sonido de mi abrigo
Te contemplo
con mi cuerpo
predico tu alma.

Eres el fuego fuerte
que se enciende.
Sombras de luciérnagas
Eres un montón de
Siluetas encrucijadas.

Cabellos cosmológicos,
tus ojos son como el
universo que me llama,
que me atrapa...

viernes, 1 de octubre de 2010

Tiempo en fuga -comentario a la narrativa de Sandra Avila- por Santiago Ocampos




Sandra Ávila es una escritora obsesionada por el tiempo. La brevedad de sus relatos hace que esta fijación, por la secuencia temporal, logre generar un clima de total incertidumbre. Las alusiones, al momento de la narración, son constantes e intentan hacer perder al lector en una espiral de hechos, que muchas veces no se suceden unos seguidos de otros.


La trama es sencilla pero no por eso pierde calidad y dramatismo. Al contrario, al sumergirnos en la subjetividad de los personajes, nos hace pensar en una reflexión en la que dudamos del mundo en el que afirmamos los pies. Al mezclarse las sensaciones del que narra y del que agoniza, el desenlace se torna tan inesperado como su posible explicación.


Otro de los ejes importantes, para la comprensión de los micro cuentos, es el destino. El punto de llegada de la narración no es un lugar físico, sino justamente una construcción mental que vuelve al principio del relato. Este retorno nos encierra en la subjetividad del narrador, por lo que quedamos cautivos de sus impresiones del hecho acontecido, lo que abre el juego a otras posibles versiones.


La indagación es constante y se vuelve asfixiante para quien intenta desentrañar el misterio, transmitiendo al lector su propia angustia perdiendo así su omnisciencia. Al librarse las posibles interpretaciones el texto se enriquece y obliga a releerlo ante la multiplicidad de significados planteados en una extensión breve.


En “Los álamos de Otoño”, el protagonista que cuenta la historia recrea en su mente el suicidio de una mujer. Al ver el cuerpo imagina las situaciones que llevaron a esa persona a tan drástica decisión. En un viaje mental y a través de diversas conjeturas reflexiona sobre los motivos por los cuales una persona pudo poner fin a su vida. Al mismo tiempo que piensa los hechos estos suceden realmente.


Este cuento corto nos pregunta a nosotros lectores si lo que vivimos es una realidad concreta o bien una ensoñación. Claramente esta división se traduce en una pregunta sin respuesta, a lo largo de lo descripto, que no encuentra otra explicación más que el misterio y el eco del silencio.


Sandra Ávila es una joven autora argentina que apoya las palabras en el papel con mucha frescura. Su voz es una reflexión y una búsqueda por la expresión precisa. Avanzando a paso firme por develar el propio misterio de su yo escritor que vive y sueña, escribe no sin temor pero con audacia y con la prisa del que canta por amor la palabra y encuentra ese segundo de inspiración por el que deja esta vida para ir tras los mundos que su imaginación le pide crear.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Poesía 1- Santiago Ocampos






Del cielo cae la lluvia, la siesta,

extenuada, amorosa,

con la piel tensa, frágil, empapada

la ira también resbala como si todavía

fuera sabrosa la idea de amanecer

porque con la lluvia amanecen las sombras

físicas de la rima, como cae la lluvia pareciera

caer el verso, la palabra que es saliva tibia

para el tacto que recorre la extensión

del alma hasta el cariño frío de los héroes

y es de tu cuerpo que cae la lluvia, la luz

ancha de las fronteras que riman con el ocaso

y las orillas de la tierra se asemejan a las

alas de la mariposa, a las alas de la primavera

que pesa en los hombros al pronunciar la tarde

entera, frágil, como si contaran los días

las gaviotas que caen por la sombra de tu espalda,

que abrigan la sonrisa pálida que guardan

las lunas de marea baja, en época de trigo,

de leche, de tocar por debajo del mapa la

soledad, el mundo por las

yemas de tus dedos rozan el mío, el individual,

el que va cercando tus capitales, el que va avanzando,

el que abre la ropa, el hombre que abre la ropa

que acaba con la calle, con el sendero surcando las

cicatrices, el olvido que te va dejando, abandonada,

táctil, frágil, con las palabras entremezcladas en las ropas,

con la palabra desnuda el cielo pareciera dejarse ver,

con tus senos pacta el poeta como si la tierra continuara

con ellos en la poesía, como si tu noche terminara

llevándose a cuestas las estrellas, y sin embargo llueve

y porque llueve la tarde golpea la ropa, nos empapa,

la tarde es la quemazón, la prisa, la urgencia,

la tarde tiene desecho el abrazo, la tarde tiene la ternura

temblorosa de la piel de la palabra, la tarde

todavía no tiene las tres en punto, la tarde no tiene

aún la luna entre las sábanas como tu cuerpo del que

descienden los mares vástagos, huérfanos del deseo

como si no bastara el cuerpo, como si todavía terminara

la tarde y crecieran las estrellas y creciera el cielo

al humedecer su palabra contra la luz tenue

que entra apoyada en el movimiento involuntario

de la siesta, de las manos sobre la poesía,

de la lluvia sobre la memoria
Peteneciente a el libro "El enamorado de plata Vol.1")

lunes, 20 de septiembre de 2010

Emma zunz-Jorge Luis Borges





El catorce de enero de 1922, Emma Zunz, al volver de la fábrica de tejidos Tarbuch y Loewenthal, halló en el fondo del zaguánuna carta, fechada en el Brasil, por la que supo que su padre había muerto. La engañaron, a primera vista, el sello y el sobre; luego, la inquietó la letra desconocida. Nueve diez líneas borroneadas querían colmar la hoja; Emma leyó que el señor Maier había ingerido por error una fuerte dosis de veronal y había fallecido el tres del corriente en el hospital de Bagé. Un compañero de pensión de su padre firmaba la noticia, un tal Feino Fain, de Río Grande, que no podía saber que se dirigía a la hija del muerto.

Emma dejó caer el papel. Su primera impresión fue de malestar en el vientre y en las rodillas; luego de ciega culpa, de irrealidad, de frío, de temor; luego, quiso ya estar en el día siguiente. Acto contínuo comprendió que esa voluntad era inútil porque la muerte de su padre era lo único que había sucedido en el mundo, y seguiría sucediendo sin fin. Recogió el papel y se fue asucuarto. Furtivamente lo guardó en un cajón, como si de algún modo ya conociera los hechos ulteriores. Ya había empezado a vislumbrarlos, tal vez; ya era la que sería.

En la creciente oscuridad, Emma lloró hasta el fin de aquel día del suicidio de Manuel Maier, que en los antiguos días felices fue Emanuel Zunz. Recordó veraneos en una chacra, cerca de Gualeguay, recordó (trató de recordar) a su madre, recordó la casita de Lanús que les remataron, recordó los amarillos losanges de una ventana, recordó el auto de prisión, el oprobio, recordó los anónimos con el suelto sobre «el desfalco del cajero», recordó (pero eso jamás lo olvidaba) que su padre, la última noche, le había jurado que el ladrón era Loewenthal. Loewenthal, Aarón Loewenthal, antes gerente de la fábrica y ahora uno de los dueños. Emma, desde 1916, guardaba el secreto. A nadie se lo había revelado, ni siquiera a su mejor amiga, Elsa Urstein. Quizá rehuía la profana incredulidad; quizá creía que el secreto era un vínculo entre ella y el ausente. Loewenthal no sabía que ella sabía; Emma Zunz derivaba de ese hecho ínfimo un sentimiento de poder.

No durmió aquella noche, y cuando la primera luz definió el rectángulo de la ventana, ya estaba perfecto su plan. Procuró que ese día, que le pareció interminable, fuera como los otros. Había en la fábrica rumores de huelga; Emma se declaró, como siempre, contra toda violencia. A las seis, concluido el trabajo, fue con Elsa a un club de mujeres, que tiene gimnasio y pileta. Se inscribieron; tuvo que repetir y deletrear su nombre y su apellido, tuvo que festejar las bromas vulgares que comentan la revisación. Con Elsa y con la menor de las Kronfuss discutió a qué cinematógrafo irían el domingo a la tarde. Luego, se habló de novios y nadie esperó que Emma hablara. En abril cumpliría diecinueve años, pero los hombres le inspiraban, aún, un temor casi patológico... De vuelta, preparó una sopa de tapioca y unas legumbres, comió temprano, se acostó y se obligó a dormir. Así, laborioso y trivial, pasó el viernes quince, la víspera.

El sábado, la impaciencia la despertó. La impaciencia, no la inquietud, y el singular alivio de estar en aquel día, por fin. Ya no tenía que tramar y que imaginar; dentro de algunas horas alcanzaría la simplicidad de los hechos. Leyó en La Prensa que el Nordstjärnan, de Malmö, zarparía esa noche del dique 3; llamó por teléfono a Loewenthal, insinuó que deseaba comunicar, sin que lo supieran las otras, algo sobre la huelga y prometió pasar por el escritorio, al oscurecer. Le temblaba la voz; el temblor convenía a una delatora. Ningún otro hecho memorable ocurrió esa mañana. Emma trabajó hasta las doce y fijó con Elsa y con Perla Kronfuss los pormenores del paseo del domingo. Se acostó después de almorzar y recapituló, cerrados los ojos, el plan que había tramado. Pensó que la etapa final sería menos horrible que la primera y que le depararía, sin duda, el sabor de la victoria y de la justicia. De pronto, alarmada, se levantó y corrió al cajón de la cómoda. Lo abrió; debajo del retrato de Milton Sills, donde la había dejado la antenoche, estaba la carta de Fain. Nadie podía haberla visto; la empezó a leer y la rompió.

Referir con alguna realidad los hechos de esa tarde sería difícil y quizá improcedente. Un atributo de lo infernal es la irrealidad, un atributo que parece mitigar sus terrores y que los agrava tal vez. ¿Cómo hacer verosímil una acción en la que casi no creyó quien la ejecutaba, cómo recuperar ese breve caos que hoy la memoria de Emma Zunz repudia y confunde? Emma vivía por Almagro, en la calle Liniers; nos consta que esa tarde fue al puerto. Acaso en el infame Paseo de Julio se vio multiplicada en espejos, publicada por luces y desnudada por los ojos hambrientos, pero más razonable es conjeturar que al principio erró, inadvertida, por la indiferente recova... Entró en dos o tres bares, vio la rutina o los manejos de otras mujeres. Dio al fin con hombres del Nordstjärnan. De uno, muy joven, temió que le inspirara alguna ternura y optó por otro, quizá más bajo que ella y grosero, para que la pureza del horror no fuera mitigada. El hombre la condujo a una puerta y después a un turbio zaguán y después a una escalera tortuosa y después a un vestíbulo (en el que había una vidriera con losanges idénticos a los de la casa en Lanús) y después a un pasillo y después a una puerta que se cerró. Los hechos graves están fuera del tiempo, ya porque en ellos el pasado inmediato queda como tronchado del porvenir, ya porque no parecen consecutivas las partes que los forman.

¿En aquel tiempo fuera del tiempo, en aquel desorden perplejo de sensaciones inconexas y atroces, pensó Emma Zunz una sola vez en el muerto que motivaba el sacrificio? Yo tengo para mí que pensó una vez y que en ese momento peligró su desesperado propósito. Pensó (no pudo no pensar) que su padre le había hecho a su madre la cosa horrible que a ella ahora le hacían. Lo pensó con débil asombro y se refugió, en seguida, en el vértigo. El hombre, sueco o finlandés, no hablaba español; fue una herramienta para Emma como ésta lo fue para él, pero ella sirvió para el goce y él para la justicia. Cuando se quedó sola, Emma no abrió en seguida los ojos. En la mesa de luz estaba el dinero que había dejado el hombre: Emma se incorporó y lo rompió como antes había roto la carta. Romper dinero es una impiedad, como tirar el pan; Emma se arrepintió, apenas lo hizo. Un acto de soberbia y en aquel día... El temor se perdió en la tristeza de su cuerpo, en el asco. El asco y la tristeza la encadenaban, pero Emma lentamente se levantó y procedió a vestirse. En el cuarto no quedaban colores vivos; el último crepúsculo se agravaba. Emma pudo salir sin que lo advirtieran; en la esquina subió a un Lacroze, que iba al oeste. Eligió, conforme a su plan, el asiento más delantero, para que no le vieran la cara. Quizá le confortó verificar, en el insípido trajín de las calles, que lo acaecido no había contaminado las cosas. Viajó por barrios decrecientes y opacos, viéndolos y olvidándolos en el acto, y se apeó en una de las bocacalles de Warnes. Pardójicamente su fatiga venía a ser una fuerza, pues la obligaba a concentrarse en los pormenores de la aventura y le ocultaba el fondo y el fin.

Aarón Loewenthal era, para todos, un hombre serio; para sus pocos íntimos, un avaro. Vivía en los altos de la fábrica, solo. Establecido en el desmantelado arrabal, temía a los ladrones; en el patio de la fábrica había un gran perro y en el cajón de su escritorio, nadie lo ignoraba, un revólver. Había llorado con decoro, el año anterior, la inesperada muerte de su mujer - ¡una Gauss, que le trajo una buena dote! -, pero el dinero era su verdadera pasión. Con íntimo bochorno se sabía menos apto para ganarlo que para conservarlo. Era muy religioso; creía tener con el Señor un pacto secreto, que lo eximía de obrar bien, a trueque de oraciones y devociones. Calvo, corpulento, enlutado, de quevedos ahumados y barba rubia, esperaba de pie, junto a la ventana, el informe confidencial de la obrera Zunz.
La vio empujar la verja (que él había entornado a propósito) y cruzar el patio sombrío. La vio hacer un pequeño rodeo cuando el perro atado ladró. Los labios de Emma se atareaban como los de quien reza en voz baja; cansados, repetían la sentencia que el señor Loewenthal oiría antes de morir.
Las cosas no ocurrieron como había previsto Emma Zunz. Desde la madrugada anterior, ella se había soñado muchas veces, dirigiendo el firme revólver, forzando al miserable a confesar la miserable culpa y exponiendo la intrépida estratagema que permitiría a la Justicia de Dios triunfar de la justicia humana. (No por temor, sino por ser un instrumento de la Justicia, ella no quería ser castigada.) Luego, un solo balazo en mitad del pecho rubricaría la suerte de Loewenthal. Pero las cosas no ocurrieron así.

Ante Aarón Loeiventhal, más que la urgencia de vengar a su padre, Emma sintió la de castigar el ultraje padecido por ello. No podía no matarlo, después de esa minuciosa deshonra. Tampoco tenía tiempo que perder en teatralerías. Sentada, tímida, pidió excusas a Loewenthal, invocó (a fuer de delatora) las obligaciones de la lealtad, pronunció algunos nombres, dio a entender otros y se cortó como si la venciera el temor. Logró que Loewenthal saliera a buscar una copa de agua. Cuando éste, incrédulo de tales aspavientos, pero indulgente, volvió del comedor, Emma ya había sacado del cajón el pesado revólver. Apretó el gatillo dos veces. El considerable cuerpo se desplomó como si los estampi-dos y el humo lo hubieran roto, el vaso de agua se rompió, la cara la miró con asombro y cólera, la boca de la cara la injurió en español y en ídisch. Las malas palabras no cejaban; Emma tuvo que hacer fuego otra vez. En el patio, el perro encadenado rompió a ladrar, y una efusión de brusca sangre manó de los labios obscenos y manchó la barba y la ropa. Emma inició la acusación que había preparado («He vengado a mi padre y no me podrán castigar...»), pero no la acabó, porque el señor Loewenthal ya había muerto. No supo nunca si alcanzó a comprender.

Los ladridos tirantes le recordaron que no podía, aún, descansar. Desordenó el diván, desabrochó el saco del cadáver, le quitó los quevedos salpicados y los dejó sobre el fichero. Luego tomó el teléfono y repitió lo que tantas veces repetiría, con esas y con otras palabras: Ha ocurrido una cosa que es increíble... El señor Loewenthal me hizo venir con el pretexto de la huelga... Abusó de mí, lo maté...

La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios.

Ruinas circulares- Jorge Luis Borges


Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra. Lo cierto es que el hombre gris besó el fango, repechó la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza. Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos, que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los hombres. El forastero se tendió bajo el pedestal. Lo despertó el sol alto. Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos pálidos y durmió, no por flaqueza de la carne sino por determinación de la voluntad. Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas de otro templo propicio, también de dioses incendiados y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño. Hacia la medianoche lo despertó el grito inconsolable de un pájaro. Rastros de pies descalzos, unos higos y un cántaro le advirtieron que los hombres de la región habían espiado con respeto su sueño y solicitaban su amparo o temían su magia. Sintió el frío del miedo y buscó en la muralla dilapidada un nicho sepulcral y se tapó con hojas desconocidas.

El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder. Le convenía el templo inhabitado y despedazado, porque era un mínimo de mundo visible; la cercanía de los leñadores también, porque éstos se encargaban de subvenir a sus necesidades frugales. El arroz y las frutas de su tributo eran pábulo suficiente para su cuerpo, consagrado a la única tarea de dormir y soñar.

Al principio, los sueños eran caóticos; poco después, fueron de naturaleza dialéctica. El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el templo incendiado: nubes de alumnos taciturnos fatigaban las gradas; las caras de los últimos pendían a muchos siglos de distancia y a una altura estelar, pero eran del todo precisas. El hombre les dictaba lecciones de anatomía, de cosmografía, de magia: los rostros escuchaban con ansiedad y procuraban responder con entendimiento, como si adivinaran la importancia de aquel examen, que redimiría a uno de ellos de su condición de vana apariencia y lo interpolaría en el mundo real. El hombre, en el sueño y en la vigilia, consideraba las respuestas de sus fantasmas, no se dejaba embaucar por los impostores, adivinaba en ciertas perplejidades una inteligencia creciente. Buscaba un alma que mereciera participar en el universo.

A las nueve o diez noches comprendió con alguna amargura que nada podía esperar de aquellos alumnos que aceptaban con pasividad su doctrina y sí de aquellos que arriesgaban, a veces, una contradicción razonable. Los primeros, aunque dignos de amor y de buen afecto, no podían ascender a individuos; los últimos preexistían un poco más. Una tarde (ahora también las tardes eran tributarias del sueño, ahora no velaba sino un par de horas en el amanecer) licenció para siempre el vasto colegio ilusorio y se quedó con un solo alumno. Era un muchacho taciturno, cetrino, díscolo a veces, de rasgos afilados que repetían los de su soñador. No lo desconcertó por mucho tiempo la brusca eliminación de los condiscípulos; su progreso, al cabo de unas pocas lecciones particulares, pudo maravillar al maestro. Sin embargo, la catástrofe sobrevino. El hombre, un día, emergió del sueño como de un desierto viscoso, miró la vana luz de la tarde que al pronto confundió con la aurora y comprendió que no había soñado. Toda esa noche y todo el día, la intolerable lucidez del insomnio se abatió contra él. Quiso explorar la selva, extenuarse; apenas alcanzó entre la cicuta unas rachas de sueño débil, veteadas fugazmente de visiones de tipo rudimental: inservibles. Quiso congregar el colegio y apenas hubo articulado unas breves palabras de exhortación, éste se deformó, se borró. En la casi perpetua vigilia, lágrimas de ira le quemaban los viejos ojos.

Comprendió que el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueños es el más arduo que puede acometer un varón, aunque penetre todos los enigmas del orden superior y del inferior: mucho más arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara. Comprendió que un fracaso inicial era inevitable. Juró olvidar la enorme alucinación que lo había desviado al principio y buscó otro método de trabajo. Antes de ejercitarlo, dedicó un mes a la reposición de las fuerzas que había malgastado el delirio. Abandonó toda premeditación de soñar y casi acto continuo logró dormir un trecho razonable del día. Las raras veces que soñó durante ese período, no reparó en los sueños. Para reanudar la tarea, esperó que el disco de la luna fuera perfecto. Luego, en la tarde, se purificó en las aguas del río, adoró los dioses planetarios, pronunció las sílabas lícitas de un nombre poderoso y durmió. Casi inmediatamente, soñó con un corazón que latía.

Lo soñó activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado, color granate en la penumbra de un cuerpo humano aun sin cara ni sexo; con minucioso amor lo soñó, durante catorce lúcidas noches. Cada noche, lo percibía con mayor evidencia. No lo tocaba: se limitaba a atestiguarlo, a observarlo, tal vez a corregirlo con la mirada. Lo percibía, lo vivía, desde muchas distancias y muchos ángulos. La noche catorcena rozó la arteria pulmonar con el índice y luego todo el corazón, desde afuera y adentro. El examen lo satisfizo. Deliberadamente no soñó durante una noche: luego retomó el corazón, invocó el nombre de un planeta y emprendió la visión de otro de los órganos principales. Antes de un año llegó al esqueleto, a los párpados. El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil. Soñó un hombre íntegro, un mancebo, pero éste no se incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre lo soñaba dormido.

En las cosmogonías gnósticas, los demiurgos amasan un rojo Adán que no logra ponerse de pie; tan inhábil y rudo y elemental como ese Adán de polvo era el Adán de sueño que las noches del mago habían fabricado. Una tarde, el hombre casi destruyó toda su obra, pero se arrepintió. (Más le hubiera valido destruirla.) Agotados los votos a los númenes de la tierra y del río, se arrojó a los pies de la efigie que tal vez era un tigre y tal vez un potro, e imploró su desconocido socorro. Ese crepúsculo, soñó con la estatua. La soñó viva, trémula: no era un atroz bastardo de tigre y potro, sino a la vez esas dos criaturas vehementes y también un toro, una rosa, una tempestad. Ese múltiple dios le reveló que su nombre terrenal era Fuego, que en ese templo circular (y en otros iguales) le habían rendido sacrificios y culto y que mágicamente animaría al fantasma soñado, de suerte que todas las criaturas, excepto el Fuego mismo y el soñador, lo pensaran un hombre de carne y hueso. Le ordenó que una vez instruido en los ritos, lo enviaría al otro templo despedazado cuyas pirámides persisten aguas abajo, para que alguna voz lo glorificara en aquel edificio desierto. En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó.

El mago ejecutó esas órdenes. Consagró un plazo (que finalmente abarcó dos años) a descubrirle los arcanos del universo y del culto del fuego. Íntimamente, le dolía apartarse de él. Con el pretexto de la necesidad pedagógica, dilataba cada día las horas dedicadas al sueño. También rehizo el hombro derecho, acaso deficiente. A veces, lo inquietaba una impresión de que ya todo eso había acontecido... En general, sus días eran felices; al cerrar los ojos pensaba: Ahora estaré con mi hijo. O, más raramente: El hijo que he engendrado me espera y no existirá si no voy.

Gradualmente, lo fue acostumbrando a la realidad. Una vez le ordenó que embanderara una cumbre lejana. Al otro día, flameaba la bandera en la cumbre. Ensayó otros experimentos análogos, cada vez más audaces. Comprendió con cierta amargura que su hijo estaba listo para nacer -y tal vez impaciente. Esa noche lo besó por primera vez y lo envió al otro templo cuyos despojos blanqueaban río abajo, a muchas leguas de inextricable selva y de ciénaga. Antes (para que no supiera nunca que era un fantasma, para que se creyera un hombre como los otros) le infundió el olvido total de sus años de aprendizaje.

Su victoria y su paz quedaron empañadas de hastío. En los crepúsculos de la tarde y del alba, se prosternaba ante la figura de piedra, tal vez imaginando que su hijo irreal ejecutaba idénticos ritos, en otras ruinas circulares, aguas abajo; de noche no soñaba, o soñaba como lo hacen todos los hombres. Percibía con cierta palidez los sonidos y formas del universo: el hijo ausente se nutría de esas disminuciones de su alma. El propósito de su vida estaba colmado; el hombre persistió en una suerte de éxtasis. Al cabo de un tiempo que ciertos narradores de su historia prefieren computar en años y otros en lustros, lo despertaron dos remeros a medianoche: no pudo ver sus caras, pero le hablaron de un hombre mágico en un templo del Norte, capaz de hollar el fuego y de no quemarse. El mago recordó bruscamente las palabras del dios. Recordó que de todas las criaturas que componen el orbe, el fuego era la única que sabía que su hijo era un fantasma. Ese recuerdo, apaciguador al principio, acabó por atormentarlo. Temió que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de algún modo su condición de mero simulacro. No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre ¡qué humillación incomparable, qué vértigo! A todo padre le interesan los hijos que ha procreado (que ha permitido) en una mera confusión o felicidad; es natural que el mago temiera por el porvenir de aquel hijo, pensado entraña por entraña y rasgo por rasgo, en mil y una noches secretas.

El término de sus cavilaciones fue brusco, pero lo prometieron algunos signos. Primero (al cabo de una larga sequía) una remota nube en un cerro, liviana como un pájaro; luego, hacia el Sur, el cielo que tenía el color rosado de la encía de los leopardos; luego las humaredas que herrumbraron el metal de las noches; después la fuga pánica de las bestias. Porque se repitió lo acontecido hace muchos siglos. Las ruinas del santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego. En un alba sin pájaros el mago vio cernirse contra los muros el incendio concéntrico. Por un instante, pensó refugiarse en las aguas, pero luego comprendió que la muerte venía a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones de fuego. Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.





domingo, 19 de septiembre de 2010


Tú que secaste mis lágrimas
con el dolor de tus venas
Tú que desafiaste al destino
tú que declaraste la guerra al futuro

tú que has revertido la adversidad
que supo presentarte la vida

tú,que has sufrido
en tempestades soledades
tú que ningún día has cesado de orar a Dios
recorriendo oscuros caminos

Has sabido sobrevivir
al odio
a la envidia
a pesar que el MIEDO
te carcomía el desgano

¿No se como, pero has sabido
mantenerte de pie?

has aprendido a ser:
padre,hijo,amigo,esposo.

has sabido amarme
a pesar de mis errores
me has sabido escuchar
en mis días más LLUVIOSOS

viernes, 17 de septiembre de 2010

Aquí estan tus recuerdos-Olga Orozco


Aquí están tus recuerdos...

Aquí están tus recuerdos:
este leve polvillo de violetas
cayendo inútilmente sobre las olvidadas fechas;
tu nombre,
el persistente nombre que abandonó tu mano entre las piedras;
el árbol familiar, su rumor siempre verde contra el vidrio;
mi infancia, tan cercana,
en el mismo jardín donde la hierba canta todavía
y donde tantas veces tu cabeza reposaba de pronto junto a mí,
entre los matorrales de la sombra.

Todo siempre es igual.
Cuando otra vez llamamos como ahora en el lejano muro:
todo siempre es igual.
Aquí están tus dominios, pálido adolescente:
la húmeda llanura para tus pies furtivos,
la aspereza del cardo, la recordada escarcha del amanecer,
las antiguas leyendas,
la tierra en que nacimos con idéntica niebla sobre el llanto.

-¿Recuerdas la nevada? ¡Hace ya tanto tiempo!
¡Cómo han crecido desde entonces tus cabellos!
Sin embargo, llevas aún sus efímeras flores sobre el pecho
y tu frente se inclina bajo ese mismo cielo
tan deslumbrante y claro.

¿Por qué habrás de volver acompañado, como un dios a su mundo,
por algún paisaje que he querido?
¿Recuerdas todavía la nevada?

¡Qué sola estará hoy, detrás de las inútiles paredes,
tu morada de hierros y de flores!
Abandonada, su juventud que tiene la forma de tu cuerpo,
extrañará ahora tus silencios demasiado obstinados,
tu piel, tan desolada como un país al que sólo visitaran cenicientos pétalos
después de haber mirado pasar, ¡tanto tiempo!,
la paciencia inacabable de la hormiga entre sus solitarias ruinas.

Espera, espera, corazón mío:
no es el semblante frío de la temida nieve ni el del sueño reciente.
Otra vez, otra vez, corazón mío:
el roce inconfundible de la arena en la verja,
el grito de la abuela,
la misma soledad, la no mentida,
y este largo destino de mirarse las manos hasta envejecer.

ENTREVISTA A SANDRA ÁVILA POR TAMARA CABRAL

Fotografía de Mechy Dinardo ¿Desde qué año eres escritor? Escribo desde muy pequeña, ya en las tareas escolares intentaba mis primeras prosa...